Entre las grasas importantes para el bebé y los niños en crecimiento tenemos la familia de grasas cerebrales del grupo omega 3. La grasa omega 3 es de una cadena de dieciocho carbonos, pero el cuerpo las encadena o alarga en otras grasas de veinte y veintidós carbonos llamadas eicosapentanoico (EPA) y docosahexanoico (DHA), respectivamente. Encontramos estas últimas grasas de cadena larga en el pescado, pero también en la verdolaga y en las algas marinas, que es de donde las obtiene el pez.
Al mezclar una grasa altamente saturada —como el coco— con una grasa altamente insaturada —como la linaza o el sacha inchi— sucederá una sinergia química: se unen el cielo y la tierra del mundo graso y se produce una formidable alquimia. Cuando el aceite omega 3 ingrese como alimento, será alongado en grasas de cadena más larga como el DHA y EPA, en una proporción del 1 por ciento, pero al mezclarlo con una grasa saturada —como el ácido láurico del coco—, por sinergia el porcentaje de conversión se ampliará y será de un valor situado entre el 6 y el 13 por ciento. Esto tiene profundas implicancias en la biodisponibilidad de las aclamadas grasas de cadena larga de la familia omega 3 (DHA y EPA) y su trascendente efecto en el tejido nervioso de infantes.
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