La calidad de la capa de suelo arable que cubre nuestro planeta es un factor determinante del poder y la vitalidad que vaya a tener nuestra alimentación. Así, un suelo humedecido de agroquímicos es un suelo estéril, y depende para su «fertilidad» de fertilizantes artificiales. Sanar el planeta de alguna manera
es el equivalente a curar este manto de tierra.
En estos tiempos, nuestro suelo ha sufrido graves daños: ya son varios años de acumulaciones de pesticidas, fungicidas y fertilizantes. Por estudios de análisis químicos, sabemos que el mejor contenido nutricional lo tienen las especies comestibles silvestres, le siguen los cultivos orgánicos y, en último lugar, está la agricultura intensiva. Como ejemplo, tenemos que una libra de ginseng silvestre tiene un precio de trescientos dólares, mientras que una especie
cultivada apenas llega a los doce dólares por libra. La comida silvestre es,
sin duda, una fuente de abundantes nutrientes, y estos nutrientes permitieron
la evolución del hombre durante los miles de años en que fue cazador y
recolector.
El
Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA, por sus siglas en inglés)
publica anualmente un informe con el contenido promedio de nutrientes de los
principales cultivos. Lo que se ha observado es que hay un progresivo declive
nutricional en nuestros principales cultivos. Por ejemplo, en 1940 el trigo
presentaba un contenido proteico del 19 por ciento, mientras que hoy el trigo
promedia un 12 por ciento. Es decir, el pan nuestro de cada día ha perdido un
31,57 por ciento de proteínas, además de otros nutrientes esenciales. Así, en
todos los granos, frutas y verduras de agricultura intensiva vemos una
progresiva caída de valor nutricional.
Varias
generaciones de verduras expuestas a pesticidas, hormonas foliares, fungicidas,
semillas transgénicas y fertilizantes han procreado a especies endebles, cada
vez menos resistentes a plagas y progresivamente más empobrecidas de
nutrientes. Además, sabemos que los alimentos son procesados, cocinados y
enlatados, y en ellos se agudiza más aún la pérdida de valor nutricional.
Hay
investigaciones que nos demuestran que existe una correspondencia entre el
declive de nutrientes de los alimentos y la introducción de los insumos de la
revolución verde, los fertilizantes químicos, la manipulación genética y los
pesticidas. Todas estas prácticas han debilitado el suelo, menoscabando su
fertilidad. Un suelo de agricultura intensiva es un suelo biológicamente
muerto, donde ya no habitan microorganismos benéficos. Un suelo silvestre u
orgánico es un suelo donde coexisten millares de microorganismos, bacterias,
lombrices, mariquitas, hormigas y chanchitos. Este suelo tiene la capacidad de
descomponer materia orgánica, para producir el humus, que es, a su vez, una
fuente de nutrientes para la cosecha. Por lo tanto, en un suelo degradado por
el abuso de sustancias químicas la capacidad nutritiva de las plantas también
va a verse degradada: tendremos plantas lánguidas, desabridas y sin fuerza
vital.
En
Argentina, el cultivo de soya transgénica ya está mostrando en pocos años una
cadena de inimaginables problemas. Se ha creado una soya transgénica que
genéticamente es más resistente a herbicidas, específicamente el Round Up, cuyo
ingrediente activo es el glifosato. Esto le permite al agricultor hacer mayor
uso del herbicida sin afectar a la planta, y también se beneficia la industria
que a la par produce el herbicida y la semilla transgénica. Después de un
prolongado uso de químicos, como resultado obtenemos una tierra estéril, pues
ya no habitan las bacterias del suelo que descomponen la materia orgánica.
Estas bacterias también inhiben la proliferación excesiva de hongos, por lo que
ahora las raíces de la soya se están pudriendo por infecciones micóticas.
De
la misma manera, un hombre que abusa de antibióticos lleva a su cuerpo a
perder su flora intestinal, y entonces prosperan los hongos intestinales, como
la candidiasis intestinal. La cándida habita normalmente en el intestino, pero
cuando su crecimiento no está frenado por las bacterias intestinales, la
cándida crece a sus formas maduras y adultas, y así secreta el ácido tartárico,
que es una sustancia neurotóxica.
La
mayoría de pesticidas contiene sustancias activas que actúan sobre el sistema
nervioso de los insectos, es decir, sustancias neurotóxicas. El problema es que
estas sustancias también son neurotóxicos para los mamíferos mayores, si bien
no a dosis que resulten mortales, pero, tras un prolongado consumo, terminan
deteriorando su sistema nervioso. Por ejemplo, la hiperactividad infantil se debe, entre otras cosas, al
impacto de estas sustancias: comida chatarra,
grasas trans y excesiva televisión. En zonas rurales donde la gente no consume
estos ingredientes, hasta ahora no se ha reportado un solo caso de
hiperactividad infantil. Diversas investigaciones han mostrado que niños
puestos en una dieta de alimentos orgánicos presentan un promedio de curación
de la hiperactividad del 50 por ciento, sin hacer nada más. Otras condiciones
en las que tenemos diferentes grados de neurotoxicidad son el déficit de
atención, la mala concentración y los impedimentos del desarrollo intelectual.
De igual modo, hay investigaciones que relacionan a enfermedades neuronales
como el Parkinson con una historia de mayor exposición a pesticidas. No es de
sorprender, sabiendo que los pesticidas y herbicidas son neurotóxicos. A menos
que uno consuma productos orgánicos, se está continuamente expuesto a estas
sustancias tóxicas. Por eso es que se dice: «El pesticida para el suicida».
La
alta proliferación del cáncer también tiene su origen en la agroquímica. Este
envenenamiento de la tierra consecuentemente nos ha envenenado también a los
seres humanos. El cáncer infantil es la segunda causa de muerte en niños
menores de quince años en Estados Unidos. Cada año se diagnostican innumerables
casos de cáncer en todo el mundo, aunque estas cifras eran inimaginables años
atrás.
Uno
de los efectos más importantes de los pesticidas es la iniciación del cáncer,
además de la neurotoxicidad. Nosotros somos biológicamente similares a las
pestes, y en nuestro afán de querer eliminarlas agresivamente, nos estamos
autoeliminando también, un disimulado y sereno suicidio colectivo.
El
alimento orgánico y auténtico, a diferencia de la agricultura intensiva
comercial, contiene en promedio un 88 por ciento mayor contenido de nutrientes,
según estudios de la Universidad Tufts. Normalmente, los agricultores de verduras orgánicas cultivan con
filosofía de amor y devoción a su producción. Estas pequeñas granjas están
creciendo aceleradamente en Estados Unidos, Europa y Latinoamérica. En todo el
planeta se están popularizando los mercados de productores. Sin intermediarios
se tiene acceso a una producción rural de alimentos. La comida orgánica juega
un rol muy importante en la sanación del planeta. El movimiento orgánico es una
de las maneras más efectivas para rectificar la destrucción del suelo
cultivable y devolver la salud de la humanidad.
Hacer
un llamado al consumo de alimentos orgánicos en nada representa un sacrificio
al bolsillo. Se paga un poco más por el alimento orgánico, pero se duplica o
triplica el contenido de nutrientes. ¿No será falsa la economía que pretende
ahorrar con cultivos revestidos de químicos tóxicos, en la que podemos pagar el
precio con diferentes enfermedades o con la vida misma? Lo que es benéfico para
la tierra lo es, además, para la salud. Y lo que es bueno para la salud humana
necesariamente beneficia al medio ambiente.
Soy
de la opinión de que la mejor inversión de salud que podemos hacer es trasladar
nuestra dieta a una de origen orgánico. Más aún, podemos afirmar, sin riesgo a
exagerar, que invertir en alimentos orgánicos es preferible a invertir en un
seguro médico. ¿Qué lógica tiene adquirir un seguro oncológico si vamos a
seguir comiendo generosas cantidades de cancerígenos? ¿Qué lógica tiene
prescribir Ritalin al niño hiperactivo si le vamos a dar alimentos
neurotóxicos?
La
doctora Sherry Rogers, autora de varios libros sobre desintoxicación, y con
más de treinta años de experiencia en el tema, después de analizar todas las
formas de toxinas a las que está expuesto el hombre, a modo de conclusión nos
dice que los pesticidas son el agente causal de la enfermedad número uno en
los tiempos modernos. Después de analizar los efectos del cadmio, el plomo, el
mercurio, el arsénico y otros metales pesados, concluye que en nada es
comparable con el efecto de los pesticidas supuestamente «seguros» que
ingerimos a diario. Es difícil encontrar alimentos libres de pesticidas;
incluso los alimentos orgánicos no están del todo libres de contaminación, ya que
muchas veces su agua de riego proviene del subsuelo, que es agua contaminada
por campos vecinos.
Hay quienes creen que el alimento orgánico es similar al de la agricultura intensiva. La verdad es que no hay punto de comparación.
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