Bienvenidos a NO TOMO LECHE.

Estas y otras preguntas hallarán respuesta en este espacio. También habrá propuestas de reemplazo para este "alimento" nocivo.

Todo el contenido de este blog se obtiene del libro La nutrición inteligente (2010) de Sacha Barrio Healey.

viernes, 14 de septiembre de 2012

LA DIETA ICTIOVEGANA

Ictio viene del griego y quiere decir ‘pez’. Vegana es la alimentación vegetariana que se diferencia de la lactovegetariana, pues la primera excluye los lácteos. En los últimos años, el término alimentación vegana viene cobrando mayor popularidad, pese a que existe desde antes de 1850, cuando era conocida como alimentación pitagoreana.

Hablar de nutrición, hoy, no supone tan solo abordar el minúsculo tema de la salud humana. En tiempos modernos, la nutrición es una de las disciplinas que más correspondencias guarda con la economía global y con el futuro de nuestro planeta. Al estar toda la naturaleza entreteji­da, cada día será más evidente que la salud de cada hombre se extiende también hacia la del planeta. Inclusive, cabe decir que el planeta depen­de de la nutrición humana. Y para dar lugar a transformaciones sociales de largo alcance, la alimentación es el combustible primario que pone el proceso en marcha.

Después de doscientos cincuenta mil años de ser cazador y recolector, y tras vivir atemorizados por la carencia, hace solo ocho mil años nos lle­gó la agricultura con el anuncio de que hay pan para todos. Quizá esa sea la primera mística y gran lección del alimento: comparar. Nos sentamos alrededor de una mesa y con comida celebramos la amistad.

Hoy la evolución de la humanidad nos demanda no solo compartir los alimentos con nuestros coterráneos y vecinos, sino además alimen­tarnos de tal manera que no deterioremos el medio ambiente. Es esta la pregunta que la humanidad empieza a plantearse en nuestros tiempos: la ética alimenticia trata de cómo volvernos comensales conscientes no solo de nuestra salud, sino de todo lo que nos rodea: los ríos, las plan­tas, los animales, los mares y las montañas.

El antiguo poblador andino, en sus diferentes culturas, ha venerado a distintos dioses, incluyendo a Wiracocha y Taita Inti, pero entre todos los cultos siempre se ha guardado una relación muy especial con la tierra, la Pachamama. Mucho es lo que tenemos que aprender (y refrescar la memoria también) de nuestros ancestros sobre la reciprocidad, el tejido invisible y el ay ni, ese sistema de trabajo de reciprocidad familiar, durante el incanato, que se daba entre los miembros de un mismo aillu.

Todas las culturas prehispánicas tienen el común denominador de haber sido ictioveganas, es decir, de haberse alimentado de vegetales y peces. Las culturas peruanas vivieron también de esta alimentación. Debido a una sabiduría médica ancestral, civilizaciones antiguas y sanas como los aztecas, los incas, los polinesios, los africanos y los asiáticos nunca consumieron lácteos. El hábito de consumir leche animal proviene de Escandinavia, donde, debido a los largos inviernos con nieve, el hombre ordeñaba, mientras esperaba el reverdecer de la tierra. Sacrificar a los animales lo habría expuesto a un invierno muy largo. Estos pueblos genéticamente presentan una buena tolerancia a la lactosa, pero en amerindios y africanos el 80 por ciento de la población es intolerante a ella. Incluso así, en países como Finlandia se manifiesta una de las peores saludes cardiovasculares del mundo, lo mismo que en Escocia. Indiscutiblemente son los países nórdicos los que padecen acentuadamente estas enfermedades por el consumo de grasa saturada animal, mantecas y lácteos. También en Finlandia y Dinamarca hay una pronunciada incidencia de enfermedades relacionadas con el consumo de lácteos, como la diabetes juvenil, la osteoporosis, el cáncer de próstata y el cáncer de mama. Si en algún momento de tránsito en la historia los lácteos fueron necesarios y el hombre se colgó de las ubres de los mamíferos para subsistir, hoy ya no es así bajo ningún concepto. Los lácteos transfieren una innecesaria secuela de problemas para el hombre y el medio ambiente.

Después de haber recorrido varias escuelas nutricionales, tras haber experimentado en cuerpo propio numerosos ejercicios gástricos, y con el apoyo de cuantiosos pacientes y la experiencia clínica lograda, como transición hacia una dieta perfeccionada, se ha ido construyendo la alimentación ictiovegana.

La edad biológica del hombre puede ser muy diferente a la edad cro­nológica, pues se calcula en gran medida por el estado de nuestras arte­rias. Podemos decir que tenemos la edad de nuestras arterias. Quienes se dan cuenta de que el consumo de carnes animales endurece las arterias entonces optan por una alimentación vegetariana o semivegetariana. El problema es que el vegetariano suele incluir en su dieta redobladas cantidades de queso, yogur y cremas de leche. Además, se excede en productos derivados del trigo, consume en exceso pan, tortas y granolas integrales. Sustituye la carne por el queso y consume exageradas cantidades de trigo en todas sus formas. No hay que sorprenderse cuando la realidad nos demuestra que las arterias de los vegetarianos solo están marginalmente en mejor estado que las arterias de los omnívoros. La diferencia- es mínima. Sin embargo, cuando se analizan las arterias de los pitagoreanos, sí hay una verdadera diferencia. Y, en algunos casos, alto grado de pureza arterial. La razón: la ausencia de lácteos.

La dieta ictiovegana no pretende ser un rígido y fanático dogma. Más bien, es parte de una filosofía abierta y ecuménica. Fanáticamente antifanática. Por ejemplo, si nos invitan un plato de pasta italiana con queso parmesano, sí lo podremos comer y disfrutar. Una cosa muy diferente será obligar a los niños a beber leche de vaca. Cada persona que desee seguir esta dieta encontrará su equilibrio y, en términos generales, se evitarán los lácteos.

Empezar a vivir inspirados por una ética alimenticia no se limita solo a prácticas amigables con el medio ambiente. También implica abrazar el comercio justo. En un mundo organizado con estructuras de gran desigualdad social, ocurre también una creciente fuerza de desin­tegración social. Ninguna sociedad puede prosperar económicamente cuando vive bajo una profunda desigualdad. Por fortuna, a diario crece la conciencia de que necesitamos organizamos dentro de un modelo que asegure la igualdad social. Hoy existen empresas que certifican no solo la calidad biológica del alimento, sino, además, su calidad moral. Quizá esa es la manera más inmediata de darle poder al consumidor. Ha llegado el momento en el que no debemos ni podemos esperar el cambio social únicamente de nuestros líderes políticos. Esta es una amplia labor social, de todos.

La ley inexorable de la naturaleza es tal que todo aquello que es benéfico para la salud del hombre lo es también para el planeta. Mientras que Dios perdona y el hombre tiene la capacidad de hacerlo, la naturaleza nunca lo hace: sigue su curso inexorable. De manera inversa también podemos comprobar que todo lo que es perjudicial para el planeta lo es también para el ser humano. Lo que sucede en el microcosmos se repite con equivalencia en el macrocosmos.

Existen profesionales de la salud que ingresan en una larga lucha académica para desentrañar los misterios de la salud y los alimentos. Dolorosamente se puede decir que, en muchos casos, sus esfuerzos quedan sin dar fruto alguno y, como náufragos exhaustos, quedan sin la bendición de un claro sentido de orientación. Quizá esto ocurre porque en su quehacer científico hay una separación del alma y el cuerpo. Cuando la ciencia se realiza sin filosofía y sin humanismo, se arriesga a desarrollar tecnologías Frankenstein, o se investiga ofuscado y a oscuras. Debido a que describen realidades fragmentadas y aisladas, muchos estudios científicos, llamados doble ciego, han sido referidos por algunos críticos como un ciego guiando a otro ciego.

Antes de ingresar en el complejo mundo de la ciencia de la nutrición, el investigador debe tener en cuenta sus principios básicos. Y si empezamos por lo básico, hay que clasificar el alimento en dos categorías: el alimento vivo y el alimento cocinado. El primero tiene vida celular y el otro, aunque tiene minerales y nutrientes, biológicamente ha dejado de pulsar. Apoyados en una filosofía dualista, podemos decir que hay alimentos con vida y sin vida. El alimento con vida trae patrones energéticos muy específicos, un terreno nuevo de la ciencia que ahora podemos medir. Más aún, por medio del microscopio, se observan patrones de energía ordenados, podemos visualizar el amor o el desamor presentes en un alimento.

Es difícil imaginar un alimento ofrecido con más amor qué la leche materna. Fluye desde el corazón mismo de la madre hacia los senos. Otros alimentos llenos de sol y vida son las frutas y vegetales, las semillas y sus germinados. En el otro extremo, están los alimentos sin vida: los alimentos refinados, cocinados, industrializados y cocinados.

Si bien es natural y hasta necesario consumir ciertos alimentos cocidos, es importante enfatizar la importancia del alimento vivo. Las enzimas, por ejemplo, son unas de las principales ventajas del alimento vivo. Las enzimas se pierden en la cocción y, sobre todo, en el microondas. Como veremos más adelante, las enzimas son únicas en su capacidad de regenerar tejidos. Podemos decir que el alimento vivo (o crudo) extiende la vida, mientras que el alimento cocinado acorta la vida y nos acerca a la muerte.

sábado, 1 de septiembre de 2012

La dieta según la constitución individual

Llamamos constitucional a esta dieta porque la adecuamos individual­mente, según la constitución física de cada individuo.

La dieta macrobiótica se preocupa por determinar el predominio del yin o del yang en cada individuo. La homeopatía, por su lado, se encarga de evaluar las constituciones por medio de los miasmas. Más precisa y con una larga historia es la medicina ayurvédica, un sistema de medicina india. En ella se tienen en cuenta las tres doshas (que vendrían a ser tres biotipos o constituciones distintas) llamadas vata, pitta y kapha. Estas dan el prakriti o la constitución básica de la persona. El primero, vata, es seco y frío; el segundo, pitta, grasoso caliente; y el tercero, kapha, húmedo y flemático.

La medicina constitucional no se ocupa solo de las enfermedades transitorias que visitan a un ser humano. Se dirige, más bien, priorita­riamente, a la raíz del problema: observa al paciente en su integridad, tanto su temperamento como su constitución física. Tanto la mente como el cuerpo y el espíritu.

A veces, sin saber, nuestra dieta es un estímulo para la enfermedad. ¿De qué nos sirve consumir hierbas pungentes para resolver el catarro, si consumimos pasteles, cremas, leche y quesos? Se recetan antibióticos para los bronquios, mientras que se consume una dieta altamente mucogénica. En estos casos, tal es la acumulación de flemas en el cuerpo que la única forma de higienizar a profundidad sería con la «bendición» de una infección bacterial. Si no cambiamos la dieta llena de azúcares y lácteos, la enfermedad, irremediablemente, tarde o temprano, regresará. Las bacterias no llegan arbitrariamente: como las moscas, husmean el alimento descompuesto y solo se reproducen en grandes cantidades cuando hay un banquete. Las bacterias se nutren de nuestros desperdicios.

Un error muy común en la nutrición moderna consiste en analizar la naturaleza química del alimento, su índice glicémico, sus calorías, vitaminas y minerales. Así, logramos tener una gran información sobre el alimento, pero seguimos ignorando la constitución física del sujeto que lo va a consumir. Un alimento puede ser excelente para cierto tipo de persona, pero perjudicial para otro. Es indispensable un encaje entre la dieta y el paciente (dietante). Es decir, se requiere compatibilizar la bioquímica del hombre con la del alimento.

La filosofía de la nutrición moderna es positivista: se sirve de la ciencia química para el estudio del alimento y de las ciencias médicas para el estudio de la fisiología humana. Con estas herramientas establece correspondencias «científicas» entre el alimento y la enfermedad. Sin embargo, excluye vastas leyes del universo por ser consideradas subjetivas. La dieta ictiovegana constitucional incorpora elementos filosóficos —como la filosofía de los sabores—, elementos psicológicos —como el tempera­mento del paciente— y también tradiciones espirituales milenarias. Pero, sobre todo, incorpora el sentido común y el arte de la observación.

lunes, 27 de agosto de 2012

El protagonismo de los granos

El trigo es la fuente de combustible principal de la humanidad. Sin embargo, el problema es que tiene un protagonismo excesivo en nuestra dieta. Nos acompaña desayuno, almuerzo y cena.

El trigo es un grano que no es preferible incluir en la dieta todos los días, al menos no con la frecuencia que le damos. Un grano como el trigo acrecienta la flema, porque su proteína, llamada gluten, como su nombre lo indica, aglutina las células. El trigo contiene fitohemaglutinina, que es una lectina que hace que las células se interadhieran. Más sensato sería consumir un grano seco como la quinua, que no produce flemas, o, en su defecto, reservar un cereal distinto para cada día de la semana. Es recomendable seleccionar un grupo de granos que encaje correctamente dentro de nuestra constitución, ya que el grano que consumimos debe ofrecer propiedades terapéuticas sobre el entorno interno del paciente.

Por ejemplo, si el sujeto es de constitución mucogénica, congestionada, tiene tendencia al sobrepeso, sus movimientos son aletargados, hay gravidez en su temperamento y el pulso es viscoso como una mermelada, un grano como el trigo acrecentará la flema y la humedad. En este caso, mejor será recomendar un grano seco como la quinua, que no produce flemas. En otros casos, podemos equilibrar los días de la semana: arroz el lunes, cebada el martes, quinua el miércoles, centeno el jueves, maíz el viernes, centeno el sábado y trigo el domingo.

miércoles, 15 de agosto de 2012

¿Con pescado o sin pescado?


¿Cómo justificar el consumo de pescado dentro de la alimentación pitagoreana? Quizá en última instancia, como meta final, deberemos prescindir de los peces de nuestra dieta, considerando también que en estos tiempos hay severos problemas de contaminación en los mares: el mar es tóxico y esas toxinas se concentran en los cardúmenes. Sin embargo, hoy todavía sugerimos el moderado consumo de pescado. Será necesario contestar esta pregunta desde diversos ángulos, para te­ner una respuesta más completa.

Para estudiar la teoría de la dieta ictiovegana primero debemos saber lo que es una teoría. Teoría viene de teo, que es Dios. Una teo­ría, entonces, es una visión de Dios. Es decir, no hay teorías correctas ni incorrectas, son solo puntos de vista. Y mientras más omnisciente sea nuestro punto de observación, mayor será nuestra perspectiva de la realidad. Entonces, podemos ver el tema del pescado de diferentes maneras. Es muy difícil hacer el salto de una alimentación eminen­temente carnívora a una vegana, pues para muchos representaría un escalón demasiado empinado que subir. La mayoría de personas no está en condiciones de hacer tal sacrificio. Quizá sea más efectivo hacer cambios graduales en nuestra dieta, antes de intentar un salto repentino a la alimentación vegana.

A pesar de la contaminación de los mares, hay que saber que el pes­cado es evolutivamente bastante más rudimentario si lo comparamos con otros mamíferos. El pescado viene del mar, de donde procede toda la vida. Su sangre fría lo coloca en una posición intermedia entre vege­tal y mamífero. Hay que recordar que la vida surgió primero con orga­nismos unicelulares; luego, vendrían los fitoplánctones, el zooplancton, los pececillos, los peces, los anfibios, los reptiles, los roedores, los cua­drúpedos mamíferos, los primates y simios erguidos como nosotros, los hombres. Además, el pescado es el único animal que tiene grasas esenciales y saludables para el ser humano. El consumo de las grasas de pescado promueve la salud arterial, mientras que las grasas saturadas de todos los animales terrestres engrasan los órganos y obstruyen las arterias. En conclusión, el pescado es un alimento que contiene bene­ficios para la dieta, muchos más que los provistos por otros animales, por lo que su consumo tiene sentido. Para las personas que deseen adoptar una dieta ictiovegana, recomendamos pescado de carne roja, no más de dos veces a la semana, lo que incluye anchoveta, salmón, trucha, atún, caballa, jurel y todo pescado de carne roja y grasosa.

jueves, 2 de agosto de 2012

El medio ambiente, el hombre y el planeta

La dieta ictiovegana le da importancia a la agricultura orgánica. No solo protege el medio ambiente y nos libera de agropesticidas tóxicos, sino que adicionalmente nos aporta, en promedio, entre 50 a 125 por ciento mayor contenido de nutrientes. Quizá tengamos que pagar unos centa­vos más por la lechuga orgánica, pero esta nutricionalmente equivale a dos lechugas de agricultura intensiva.

El sentido común y las leyes de intercorrespondencia nos dicen que aquello que es perjudicial para el medio ambiente también lo es para nuestro cuerpo. Habiendo ya expuesto los efectos deletéreos de la leche en el libro La gran revolución de las grasas, observamos que su consumo es un despilfarro de nuestros recursos, y la dependencia de la proteína de leche resulta ineficiente comparada con la proteína vegetal. La proteína de la leche requiere diez veces más agua, más área de cultivo, que una cantidad similar de proteína vegetal que además exhibe un superior mérito nutricional.

Debido a la delicada salud planetaria de nuestros tiempos, debemos abastecernos de una fuente de combustible sostenible y amigable con el planeta.

sábado, 28 de julio de 2012

Una dieta para impulsar la evolución espiritual del hombre


Muchas personas buscan una dieta que sirva de base para avanzar más rápidamente en su deporte, su profesión o su camino espiritual. No basta estar libre de enfermedades y dolores: el hombre también desea explora nuevos territorios de la conciencia. Y un noble objetivo final es la liber­tad, la liberación de todas las trabas físicas, emocionales y espirituales.

Existen personas de sobresaliente inteligencia y agudeza mental que comen cremas dulces, carnes en exceso, leche, alcohol y, quizá, fumen tabaco. Verlas puede hacernos menospreciar el efecto de nuestra alimentación. Pero lo importante es comprender que, si bien esta alimentación permite que las facultades cerebrales operen con relativa conformidad, existirá un tope limitante, y estos comensales inteligentes no podrán prosperar en otros niveles, ni escalar hacia otros territorios. La conciencia quedará limitada.

Se presume que el cuerpo es una máquina que necesita combustible, y que nuestra alimentación no ejerce influencia alguna sobre la evolución de nuestra alma y nuestra felicidad espiritual. Sin embargo, debido a que todo es energía, la comida es una poderosa manera de modificar la energía de nuestro cuerpo.

Existe un gran universo de personas que no padecen enfermedad, otras enfermas, algunas obesas y otras que no necesitan adelgazar. Personas que, aunque no presentan problemas a nivel físico, buscan liberarse de trabas psicosomáticas y crear el espacio necesario para crecer espiritualmente. Ellas pueden considerar, entonces, recurrir a una dieta pitagoreana, según su constitución y necesidades.

lunes, 16 de julio de 2012

El azufre

El azufre

Los gases responsables del mal olor de los gases intestinales son, en su mayoría, gases sulfurosos. Los principales son ácido sulfhídrico, dimetilsulfuro y metilmercaptano. El olor fétido proviene principalmente del primero. Estos malos olores se pueden contrarrestar con el acetato de zinc y con el carbón vegetal activado. Este último es el más seguro: tiene una tasa de efectividad del 90 por ciento.

Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim es el dilatado nombre de un alquimista suizo, más conocido como Paracelso, que quiere decir ‘más grande que Celso’. Más allá de su soberbio nombre, su grandeza nunca fue discutida. Entre sus le­gados iconoclastas, tenemos la postulación de la existencia de tres elementos: el azufre, el mercurio y la sal. Fue un refinamiento de la teoría aristotélica de los tres elementos básicos: el azufre, que re­presenta al alma masculina; el mercurio, que representa al espíritu femenino; y la sal, al cuerpo. En cada decocción herbolaria, Paracelso procuró lograr el equilibrio de estos tres principios. Para él, el mercurio representaba la densidad, la fluidez; el azufre representaba lo inflamable y gaseoso; y la sal eran las cenizas remanentes después del proceso de combustión.

Se dice que todo lo que el ignorante sataniza el hombre sabio puede admirar, encontrando en ello una distinguida medicina sagra­da. Esto ocurre con el azufre. El azufre es uno de los minerales más interesantes, tan misterioso, subterráneo y oculto como el infierno mismo. El diablo tiene la reputación de oler a azufre. Hay que resaltar que el azufre se encuentra entre los minerales más carentes en la dieta humana. Poco más del 83 por ciento de la población no consume suficiente azufre. Junto con el magnesio, encabezan la lista de los mi­nerales más deficientes.

Es curioso que, desde tiempos de Paracelso, el azufre haya sido utilizado para tratar problemas del intestino grueso. Se dice que Paracelso propagó su fama de médico debido a sus curas milagrosas con el azufre, lo cual no evitó por ello que fuera perseguido, difamado y excomulgado.

El azufre siempre se ha utilizado para tratar infecciones de la piel y para el herpes. También se rocía sobre las uvas para combatir plagas. Y en los Andes se le da de comer azufre al ganado para equilibrar las bacterias ruminales.

En la antigua medicina china y el ayurveda se usó también al azufre para combatir la impotencia sexual. Ninguna de estas culturas estigma­tizó al azufre como un mineral tóxico o propio de los infiernos.

En el intestino grueso habitan aproximadamente dos kilos de bacte­rias como parte de nuestra flora intestinal: un kilo está formado por flora bacteriana benéfica, pero él otro está constituido por bacterias tóxicas, que continuamente envenenan nuestra sangre. Debemos recordar que más de un tercio del peso de nuestras heces son bacterias. En los intesti­nos se libra una continua guerra bacteriológica, entre buenas y malas bacterias.

El doctor Karl Probst, un reconocido médico alemán, teólogo benedictino y disciplinado crudívoro, autor de numerosos libros sobre medicina natural, nos dice que el azufre es el mineral por excelencia que regula y equilibra las poblaciones intestinales en el colon. El doctor Probst emplea azufre inorgánico con todos sus pacientes, hasta corregir el equilibrio de la flora intestinal.

Podemos cambiar la distribución de las poblaciones de bacterias in­testinales con el consumo de comidas probióticas. Actualmente, en las farmacias se venden diversos productos para restituir la flora bacteria­na, pero también hay métodos caseros como la kombucha, el yogur de coco, el yogur de col (sin leche), la chicha de jora, el kéfir, el chucrut y el tócosh.

El azufre orgánico

Durante años la ciencia supuso que la sangre era un medio aséptico. Hoy sabemos que esto está muy lejos de ser cierto, pues en nuestra sangre habita un sinnúmero de especies microscópicas, levaduras, nanobacterias, virus, bacterias y organismos multicelulares. Conforme avanza nuestra edad, estas especies microscópicas incrementan con­siderablemente su población. Al llegar a los setenta años, el hombre puede tener grandes poblaciones de nanobacterias hormigueando en su sangre.

Se sabe que el consumo de azúcar es una de las principales maneras de encender el botón de la autodescomposición, es decir que, incluso estando vivos, deambulamos con nuestro cuerpo lleno de organismos minúsculos que nos van descomponiendo. Algunos de estos huéspedes internos son las mencionadas nanobacterias.

Las nanobacterias son diminutas bacterias intracelulares, normal­mente visibles solo con microscopio electrónico. Estas bacterias incrementan con la edad notoriamente cuando se consume una dieta llena de carbohidratos y azúcares. Son responsables del proceso de calcifica­ciones morbosas, anquilosamiento y esclerosis, producto de la vejez. Surgen malestares como el tinitus o acúfenos, que es la calcificación de las arterias del oído interno, lo cual produce hipertensión arterial loca­lizada y estimula el nervio auditivo. También aparece la arterioesclerosis y las calcificaciones del hígado y el riñón.

Existe evidencia de que dentro de un cálculo renal hay una gran co­lonia de nanobacterias y estas protobacterias forman una coraza dura de fosfato de calcio. Se sabe que estas bacterias están presentes en el 97 por ciento de los cálculos renales y también en las placas minerales, llamadas placas de Randall, de calcificaciones en los túbulos renales. Además, se sabe que el crecimiento de los cálculos también está influenciado por factores dietéticos, volumen de orina y concentración de inhibidores de cálculos, como el magnesio y el citrato (presente en el limón), glicoproteínas y pirofosfatos.

Actualmente, se sabe que el azufre orgánico es capaz de detener y de desintegrar las calcificaciones formadas por estas nanobacterias. El ciclo de azufre empieza en el fondo del mar con el fitoplancton. Este libera compuestos de azufre, que se evaporan hacia la capa de ozono, donde los rayos ultravioleta los convierten en metilsulfonilmetano (MSM) y en su precursor, el dimetil sulfóxido (DMSO). Tanto el MSM como el DMSO vuelven a la tierra en forma de lluvia.

El azufre representa el 0,25 por ciento del peso total de cuerpo, y el suplemento MSM se obtiene de la lignina de los árboles de pino. Entre las funciones del MSM tenemos la de mantener la estructura de las proteínas en el cuerpo, ayudar a la formación de la queratina —que es esencial para el crecimiento de las uñas y el cabello— y apoyar la producción de inmunoglobulinas necesarias para la inmunidad.

El MSM es un suplemento de azufre orgánico para el cuerpo, ayuda al tejido conectivo y beneficia a tejidos como los ligamentos, tendones y músculos. Es un suplemento muy importante en la artritis, en casos de dolores musculares, bursitis y, sobre todo, en cualquier tipo de calcificación de los órganos internos o de la osamenta.

El azufre juega un rol importante en otros sistemas. La taurina, por ejemplo, es un aminoácido hecho de metionina que contiene azufre. La taurina le da estabilidad a las membranas celulares y es una de las propiedades más importantes del azufre: optimiza la permeabilidad de las membranas, permite que entren los nutrientes y facilita la salida de desechos metabólicos. La carnitina también proviene de la metionina, transporta grasas de cadena larga y ayuda a prevenir la acumulación de grasa en el cuerpo. La insulina es una hormona que contiene azufre en su configuración molecular. Los diabéticos se benefician del azufre, primero porque corrige la permeabilidad de la membrana y, segundo, porque es un mineral muy importante para el páncreas.

La arcilla y los intestinos

La arcilla, junto con el carbón vegetal, constituye uno de los métodos más efectivos para hacer limpieza del tracto digestivo. Muchas medi­cinas modernas deben su existencia a la arcilla, como el kaolín, usado por la industria farmacéutica para producir el Kaopectate, que alivia la diarrea y el dolor abdominal. Uno de los mejores remedios para limpiar y regular los intestinos es la arcilla medicinal, específicamente la arcilla de hidralgirita, llamada también arcilla de Chaco (ver el capítulo 12).

jueves, 21 de junio de 2012

El gluten

La gula por el gluten y la irritación e inflamación intestinal

Se ha divulgado el uso del salvado de trigo en casos de estreñimiento. El salvado es un producto barato que trae fibras laxantes. Sin embargo, lo que no sabemos o lo que no vemos es que bajo el microscopio el salvado tiene lanzas punzantes de celulosa, que se comportan como agujetas de fibra medianamente erosivas del tracto digestivo, y lo irritan al punto que los intestinos deciden arrojar la materia fecal, obteniéndose el efecto laxante. Este alivio abdominal puede lograrse con inocuidad usando el salvado de avena o la linaza frescamente molida. Estas dos fuentes de fi­bra reducen el colesterol. Nunca se debe adquirir la harina de linaza, pues ahí tenemos una nociva presencia de grasas rancias. Después de dos horas de molida la linaza, sus grasas altamente insaturadas se han oxidado y el resultado es daño a las arterias. 

Muchos piensan que el trigo integral es la respuesta a la invasión de las harinas blancas, pero, aunque el trigo sea integral, presenta, como todos los alimentos, sus debilidades y complicaciones que muchos ignoran. Entre ellas tenemos al gluten, que es la proteína del trigo.  El nombre del gluten del trigo se deriva de las propiedades agluti­nantes que presenta: es cohesiva y pegajosa, nos permite amasar el pan y con él hacemos el engrudo para fijar pancartas y afiches. Pero estas propiedades también son válidas y aplicables para la sangre y los tejidos del cuerpo. Por ello, las harinas están contraindicadas en casos de catarros, sinusitis, bronquitis y artritis.

De todos los cereales, el trigo es el que presenta el mayor problema de gluten, aunque también está presente en el centeno, la cebada y la avena. La enfermedad celíaca es autoinmune, una condición en la que el sistema inmunológico reacciona al gluten del trigo. Es tan fuerte la reacción que se atrofian los intestinos y el tegumento interior de los intestinos se erosiona, y así se produce mala absorción de nutrientes. Un porcentaje mayor de personas no presenta síntomas y tiene enfermedad celíaca silenciosa. La condición no se diagnostica y la enfermedad autoinmune va avanzando. Quienes la padecen no se dan cuenta de que es el gluten lo que está desgastando su salud.

Una de las enfermedades autoinmunes asociadas a la enfermedad celíaca es la diabetes insulinodependiente, así como también otras en­fermedades autoinmunes que comprometen el funcionamiento de la glándula tiroidea y la dermatitis herpetiforme.

Síntomas comunes de la enfermedad celíaca

1.     Dolor abdominal.
2.      Diarrea y/o estreñimiento.
3.      Fatiga.
4.      Depresión.
5.     Embotamiento abdominal.
6.      Deficiencia de hierro.
7.     Bajos niveles de nutrientes esenciales: vitaminas (D y K) y mine­rales (magnesio, calcio y zinc).
8.     Frecuentes aftas en la boca.
Debido a que la enfermedad celíaca degenera y atrofia el tracto di­gestivo, el riesgo de generar cáncer en el intestino delgado se incremen­ta de 4 000 a 10 000 por ciento en pacientes con esta enfermedad. El riesgo de tener cáncer al esófago o laringe también es mucho mayor. Otras razones están en la deficiencia de nutrientes en la sangre debido a la mala absorción y en la alta concentración de radicales libres.

La sensibilidad al gluten comprende una amplia gama de enferme­dades. La enfermedad celíaca es tan solo un minúsculo ápice, la punta del iceberg. Debajo encontramos un grueso porcentaje de personas que padecen de enfermedad celíaca silenciosa, otro grupo que padece de sensibilidad al gluten y nula absorción intestinal, y otras personas que tienen irritación e inflamación intestinal ocasionadas por el gluten. La prestigiosa revista médica The Lancet nos dice que las dietas altas en gluten de trigo pueden alterar las funciones normales del tegumento interno del intestino delgado en personas sanas.

La colitis o inflamación del colon es una enfermedad muy común en la sociedad y frecuentemente resulta en la diarrea. Sus causas son diversas y entre los factores que la ocasionan se encuentra la sensibilidad al gluten. Los médicos que han hecho biopsias al colon en pacientes con colitis han encontrado que el tejido es casi prácticamente idéntico al de la enferme­dad celíaca del intestino delgado. De igual manera, una dieta libre de gluten beneficia enormemente a pacientes con afecciones gastrointesti­nales, incluyendo colon irritable y úlceras estomacales. Por lo tanto, vale la pena que cualquier paciente que padezca de una de estas dolencias al tracto digestivo experimente con una dieta libre de gluten.

domingo, 13 de mayo de 2012

ALIMENTOS ORGÁNICOS

Sobre la importancia de un suelo sano para una vida sana

La calidad de la capa de suelo arable que cubre nuestro planeta es un factor determinante del poder y la vitalidad que vaya a tener nuestra alimentación. Así, un suelo humedecido de agroquímicos es un suelo estéril, y depende para su «fertilidad» de fertilizantes arti­ficiales. Sanar el planeta de alguna manera es el equivalente a curar este manto de tierra.

En estos tiempos, nuestro suelo ha sufrido graves daños: ya son varios años de acumulaciones de pesticidas, fungicidas y fertilizantes. Por estudios de análisis químicos, sabemos que el mejor contenido nutricional lo tienen las especies comestibles silvestres, le siguen los cultivos orgánicos y, en último lugar, está la agricultura intensiva. Como ejemplo, tenemos que una libra de ginseng silvestre tiene un precio de trescientos dólares, mientras que una especie cultivada ape­nas llega a los doce dólares por libra. La comida silvestre es, sin duda, una fuente de abundantes nutrientes, y estos nutrientes permitieron la evolución del hombre durante los miles de años en que fue cazador y recolector.

El Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA, por sus siglas en inglés) publica anualmente un informe con el contenido promedio de nutrientes de los principales cultivos. Lo que se ha observado es que hay un progresivo declive nutricional en nuestros princi­pales cultivos. Por ejemplo, en 1940 el trigo presentaba un contenido proteico del 19 por ciento, mientras que hoy el trigo promedia un 12 por ciento. Es decir, el pan nuestro de cada día ha perdido un 31,57 por ciento de proteínas, además de otros nutrientes esenciales. Así, en todos los granos, frutas y verduras de agricultura intensiva vemos una progresiva caída de valor nutricional.

Varias generaciones de verduras expuestas a pesticidas, hormonas foliares, fungicidas, semillas transgénicas y fertilizantes han procreado a especies endebles, cada vez menos resistentes a plagas y progresi­vamente más empobrecidas de nutrientes. Además, sabemos que los alimentos son procesados, cocinados y enlatados, y en ellos se agudiza más aún la pérdida de valor nutricional.

Hay investigaciones que nos demuestran que existe una correspon­dencia entre el declive de nutrientes de los alimentos y la introducción de los insumos de la revolución verde, los fertilizantes químicos, la ma­nipulación genética y los pesticidas. Todas estas prácticas han debilitado el suelo, menoscabando su fertilidad. Un suelo de agricultura intensiva es un suelo biológicamente muerto, donde ya no habitan microorga­nismos benéficos. Un suelo silvestre u orgánico es un suelo donde coexisten millares de microorganismos, bacterias, lombrices, mariquitas, hormigas y chanchitos. Este suelo tiene la capacidad de descomponer materia orgánica, para producir el humus, que es, a su vez, una fuente de nutrientes para la cosecha. Por lo tanto, en un suelo degradado por el abuso de sustancias químicas la capacidad nutritiva de las plantas también va a verse degradada: tendremos plantas lánguidas, desabridas y sin fuerza vital.

En Argentina, el cultivo de soya transgénica ya está mostrando en pocos años una cadena de inimaginables problemas. Se ha creado una soya transgénica que genéticamente es más resistente a herbicidas, específicamente el Round Up, cuyo ingrediente activo es el glifosato. Esto le permite al agricultor hacer mayor uso del herbicida sin afectar a la planta, y también se beneficia la industria que a la par produce el herbicida y la semilla transgénica. Después de un prolongado uso de químicos, como resultado obtenemos una tierra estéril, pues ya no habitan las bacterias del suelo que descomponen la materia orgánica. Estas bacterias también inhiben la proliferación excesiva de hongos, por lo que ahora las raíces de la soya se están pudriendo por infeccio­nes micóticas.

De la misma manera, un hombre que abusa de antibióticos lle­va a su cuerpo a perder su flora intestinal, y entonces prosperan los hongos intestinales, como la candidiasis intestinal. La cándida habita normalmente en el intestino, pero cuando su crecimiento no está frenado por las bacterias intestinales, la cándida crece a sus formas maduras y adultas, y así secreta el ácido tartárico, que es una sustancia neurotóxica.

La mayoría de pesticidas contiene sustancias activas que actúan sobre el sistema nervioso de los insectos, es decir, sustancias neurotóxicas. El problema es que estas sustancias también son neurotóxicos para los mamíferos mayores, si bien no a dosis que resulten mortales, pero, tras un prolongado consumo, terminan deteriorando su sistema nervioso. Por ejemplo, la hiperactividad infantil se debe, entre otras cosas, al impacto de estas sustancias: comida chatarra, grasas trans y excesiva televisión. En zonas rurales donde la gente no consume estos ingredientes, hasta ahora no se ha reportado un solo caso de hiperactividad infantil. Diversas investiga­ciones han mostrado que niños puestos en una dieta de alimentos orgánicos presentan un promedio de curación de la hiperactividad del 50 por ciento, sin hacer nada más. Otras condiciones en las que tenemos diferentes grados de neurotoxicidad son el déficit de atención, la mala concentración y los impedimentos del desarrollo intelectual. De igual modo, hay investigaciones que relacionan a enfermedades neuronales como el Parkinson con una historia de mayor exposición a pesticidas. No es de sorprender, sabiendo que los pesticidas y herbicidas son neurotóxicos. A menos que uno consuma productos orgánicos, se está continuamente expuesto a estas sustancias tóxicas. Por eso es que se dice: «El pesticida para el suicida».

La alta proliferación del cáncer también tiene su origen en la agroquímica. Este envenenamiento de la tierra consecuentemente nos ha envenenado también a los seres humanos. El cáncer infantil es la segunda causa de muerte en niños menores de quince años en Estados Unidos. Cada año se diagnostican innumerables casos de cáncer en todo el mundo, aunque estas cifras eran inimaginables años atrás.

Uno de los efectos más importantes de los pesticidas es la iniciación del cáncer, además de la neurotoxicidad. Nosotros somos biológica­mente similares a las pestes, y en nuestro afán de querer eliminarlas agresivamente, nos estamos autoeliminando también, un disimulado y sereno suicidio colectivo.

El alimento orgánico y auténtico, a diferencia de la agricultura intensiva comercial, contiene en promedio un 88 por ciento mayor contenido de nutrientes, según estudios de la Universidad Tufts. Normalmente, los agricultores de verduras orgánicas cultivan con filosofía de amor y devoción a su producción. Estas pequeñas granjas están creciendo aceleradamente en Estados Unidos, Europa y Latinoamérica. En todo el planeta se están popularizando los mercados de productores. Sin intermediarios se tiene acceso a una producción rural de alimentos. La comida orgánica juega un rol muy importante en la sanación del planeta. El movimiento orgánico es una de las maneras más efectivas para rectificar la destrucción del suelo cultivable y devolver la salud de la humanidad.

Hacer un llamado al consumo de alimentos orgánicos en nada representa un sacrificio al bolsillo. Se paga un poco más por el alimento orgánico, pero se duplica o triplica el contenido de nutrientes. ¿No será falsa la economía que pretende ahorrar con cultivos revestidos de químicos tóxicos, en la que podemos pagar el precio con diferentes enfermedades o con la vida misma? Lo que es benéfico para la tierra lo es, además, para la salud. Y lo que es bueno para la salud humana necesariamente beneficia al medio ambiente.

Soy de la opinión de que la mejor inversión de salud que podemos hacer es trasladar nuestra dieta a una de origen orgánico. Más aún, podemos afirmar, sin riesgo a exagerar, que invertir en alimentos orgánicos es preferible a invertir en un seguro médico. ¿Qué lógica tiene adquirir un seguro oncológico si vamos a seguir comiendo generosas cantidades de cancerígenos? ¿Qué lógica tiene prescribir Ritalin al niño hiperactivo si le vamos a dar alimentos neurotóxicos?

La doctora Sherry Rogers, autora de varios libros sobre desintoxi­cación, y con más de treinta años de experiencia en el tema, después de analizar todas las formas de toxinas a las que está expuesto el hombre, a modo de conclusión nos dice que los pesticidas son el agente causal de la enfermedad número uno en los tiempos modernos. Después de analizar los efectos del cadmio, el plomo, el mercurio, el arsénico y otros metales pesados, concluye que en nada es comparable con el efecto de los pesticidas supuestamente «seguros» que ingerimos a diario. Es difícil encontrar alimentos libres de pesticidas; incluso los alimentos orgánicos no están del todo libres de contaminación, ya que muchas veces su agua de riego proviene del subsuelo, que es agua contaminada por campos vecinos.

Hay quienes creen que el alimento orgánico es similar al de la agricultura intensiva. La verdad es que no hay punto de comparación.

domingo, 8 de abril de 2012

ECOLOGÍA SANGUÍNEA

El lado invisible de la sangre

La ciencia oficial, unánimemente, establece que la sangre es un me­dio vivo que aporta nutrientes a los órganos internos. Al limitarse a lo material, no puede ver en la sangre otra cosa que no sea un fluido vital con funciones nutritivas. Por otro lado, culturas antiguas entendieron que el cuerpo humano está organizado por patrones de energía que sutilmente determinan su funcionamiento. Así, vemos que en la Biblia se utiliza el término nephesh, traducido como ‘suspiro y pulso de vida’. Según los cabalistas, el nephesh habita en un medio vital, descrito como un vapor humeante que reside en las cavidades del corazón, desde don­de se distribuye por todo el cuerpo. Si bien la sangre es el vehículo para el movimiento de la fuerza vital (nephesh), a su vez esta es el vehículo para el movimiento de la conciencia.

La física moderna y la mecánica cuántica nos dicen que nuestro cuerpo físico es una precipitación de un mundo invisible, gobernado por energía y partículas que lindan en el umbral entre la onda y la materia. La materia es una condensación de vibraciones sutiles y estas vibraciones son el común denominador de toda existencia, animada e inanimada. Tenemos dos teorías del origen de la energía. La primera parte de la premisa de que la materia crea un campo energético que lo envuelve. Mientras tanto, la segunda nos dice que el campo energético viene primero y precede a la existencia del cuerpo material.

El doctor Edmond Szekely fue un gran estudioso del crudivorismo de los esenios. Fue autor de innumerables textos sobre naturismo y traductor consagrado de textos en arameo. En sus investigaciones estableció la clasificación de cuatro categorías de comidas, para evaluar el contenido de la fuerza vital del alimento:

1. Biogénica. Compuestos en su mayoría de germinados, los ali­mentos biogénicos tienen la máxima capacidad de activar la energía en el ser humano. Son comidas crudas con alto conte­nido de enzimas vivas: vegetales y frutos crudos y germinados. Estos alimentos ayudan a aumentar los campos de energía sutil en el organismo. El doctor Szekely predijo que una dieta rica en superalimentos biogénicos nos ofrece una vida llena de energía, inmunidad contra diferentes enfermedades y una mente lúcida y productiva. Una dieta cruda pero sin germinados carece de un ingrediente vital.

2. Bioactiva. En esta categoría están las frutas, los vegetales y las nueces. Por no estar en su fase germinal, estas comidas tienen menor contenido de fuerza vital.

3. Bioestática. Se refiere a todas las comidas que han sido cocina­das y, por lo tanto, desvitalizadas. A corto plazo esta dieta nos da combustible, pero agota al cuerpo de fuerza vital. No son comidas necesariamente nocivas, pero están por debajo del pleno potencial que puede ofrecer un alimento.

4. Bioacídica. En esta categoría se encuentran los alimentos que destruyen la vida, que alteran los campos de energía sutil del hombre. Son comidas que han sido procesadas, irradiadas, con aditivos, preservantes, herbicidas, hormonas, pasadas por microondas o genéticamente modificadas. Son comidas chatarra, plásticas, artificiales y de consumo diario: hamburguesas, carnes fritas, azúcares, gaseosas.

El doctor Edmond Szekely concluyó que, para una óptima salud, la dieta debe consistir de un 25 por ciento de comida biogénica, 50 por ciento de comida bioactiva y 25 por ciento de comida bioestática. El alimento bioácido, por ser tóxico, debe evitarse en su totalidad.

En nutrición, es reglamentario evaluar los diferentes nutrientes del alimento, pero, por desgracia, no siempre su bioelectricidad. Como fuente de combustible, el alimento no es tan solo calorías, también es energía sutil, bioelectricidad, electromagnetismo y biofotones.

Por virtud de la fuerza vital del alimento, se genera la fuerza vital en el organismo. Las comidas crudas poseen energía sutil, en forma de biomagnetismo y de cargas eléctricas; ambas son importantes para numerosas funciones del cuerpo. Por ejemplo, las células rojas de la sangre deben tener una carga eléctrica negativa de -0,70 milivoltios. Esto hace que entre las células exista una fuerza de repulsión que impide que estas se aglutinen. Debido a que predominantemente consumimos alimentos cocinados, las células de la sangre solo alcanzan una carga eléctrica de -0,2 milivoltios y, al no haber un campo eléctrico potente con capacidad de repulsión mutua, las células se aglutinan, en un proceso llamado rouleau, es decir, ya no tenemos células rojas nadando libremente en el torrente sanguíneo y más bien estas se desplazan aglomeradas. Se palpa entonces un pulso viscoso como un río de melaza somnolienta.

Esta aglutinación de los glóbulos rojos en la sangre hace que la superficie de contacto disponible para absorber oxígeno sea reducida. Y aunque una persona presente niveles de hemoglobina aceptables, técnicamente presenta una sangre anémica, ya que la disponibilidad del oxígeno en su sangre se ve reducida, situación que puede ocasionar un estado de fatiga crónica. Sumado a esta reducción en la amplitud respiratoria, se produce letargo y somnolencia, muy frecuentes en la actualidad. En muchos capilares minúsculos, debido al reducido calibre, los glóbulos rojos deben ingresar en fila india, pero, al estar conglomerados, obstruyen las vías de la sangre, ocasionando problemas circulatorios.