Una nueva propuesta para niños y grandes
Existe una larga lista de enfermedades que se manifiestan en diferentes partes del cuerpo, pero todas comparten un mismo y único desequilibrio: la calcificación. En la calcificación se generan depósitos de calcio en los tejidos, pero necesitamos diferenciar la calcificación normal de la calcificación mórbida, también llamada calcificación distrófica. Comprender este proceso es liberarnos de todo un paraguas de enfermedades, además de impartir a nuestro cuerpo una vitalidad libre del largo otoño de anquilosamientos calcáreos que trae la edad.
Al nacer, somos bebés flexibles y elásticos, con cartílagos en el cráneo en vez de huesos. Conforme pasa el tiempo, el niño va teniendo una estructura muscular y se solidifican sus huesos, hasta llegar a ser un nombre compacto y robusto. Durante la adultez, en forma silenciosa y oculta, otro proceso, mórbido y disfuncional, de calcificación prosigue hasta el fin de la vida.
Con el paso del tiempo, nos vamos arrugando y petrificando. Este anquilosamiento generalizado está presente en los cálculos biliares y renales, en la arena de calcio incrustada en la corteza cerebral, en las calcificaciones de órganos internos, como el hígado y el riñón. Las arterias se vuelven un rígido viaducto de plomería calcárea, las válvulas del corazón se vuelven una tiza inerte, lo mismo que las mamas. Los huesos engendran protuberancias de calcio mórbido y contrahecho, mientras que en el tuétano la porosidad se hace cada vez más evidente.
Todas estas calcificaciones extraóseas (fuera de los huesos) son causadas por un desequilibrio fisiológico y, en gran medida, las podemos evitar si permitimos que nuestra bioquímica sanguínea opere en condiciones adecuadas. Al parecer, en la niñez el calcio viaja de afuera hacia adentro, y con la edad el calcio corre el peligro de ir del centro a la periferia, de los huesos hacia el tejido blando. Es cuando nuestro tejido conectivo se calcifica, se avejenta, y adquirimos una apariencia contraída y rugosa. Como veremos, los esfuerzos por evitar las calcificaciones mórbidas —incluyendo los osteofitos de la artrosis— del envejecimiento coinciden grandemente con las medidas para evitar la osteoporosis.
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